El aire que respiramos junto con el agua y el alimento que ingerimos son nuestras fuentes de energía básicas, el combustible que nos mantiene vivos y saludables. O, todo lo contrario, el veneno que nos enferma y, en casos de alta toxicidad, nos provoca la muerte en un instante. Por lo tanto, la calidad del aire, del agua y del alimento repercuten en nuestra salud y bienestar y, además, son imprescindibles para nuestra supervivencia.
Desde hace años, somos plenamente conscientes de que el agua contaminada, la denominada comida «basura» y el tabaco perjudican nuestra salud provocando enfermedades graves y una muerte prematura. La consecuencia es que potabilizamos el agua de pueblos y ciudades; buscamos, cada vez más, alimentos sanos y naturales; y ya casi nadie fuma.
¿Por qué somos más tolerantes con la calidad del aire que respiramos, con la polución y las partículas contaminantes que están perjudicando nuestra salud?
Los informes de la OMS sobre calidad del aire relacionan directamente la reducción de emisiones en las ciudades con el aumento de la esperanza de vida y altos niveles de polución atmosférica con incrementos de mortalidad y multitud de enfermedades respiratorias, cardiovasculares, diabetes y cáncer. Desde hace años, el consenso científico recomienda reducir la contaminación atmosférica que provocan los vehículos de combustión interna y el uso de fuentes de energía fósil altamente contaminantes, como, el petróleo y el carbón. En Doha, 194 países han prorrogado el protocolo de Kyoto hasta el 2020; aunque sea sobre mínimos. Empezamos a acostumbrarnos a las energías renovables como el sol o el viento y a oír maravillas de la eficiencia energética.
Sin embargo, el discurso sobre la eficiencia energética y los planes contra la polución y el cambio climático no llegan a la ciudadanía, porque se centran en negociaciones de alto nivel entre instituciones y empresas, en términos puramente económicos. La eficiencia equivale a optimización de recursos y el ahorro a subvenciones y desgrabaciones medidos, ambos, en unidades monetarias amortizadas a medio/largo plazo. El mensaje no cala ni en unos, ni en otros, porque no cuadran las cuentas a corto plazo y, a largo, ya veremos.
Se olvidan de que, desde el punto de vista de la salud y el bienestar de nosotros, las personas, la eficiencia implica ser consciente del mal que nos causan las partículas en suspensión que estamos respirando y actuar en consecuencia, individual y colectivamente, para mejorar la calidad del aire de nuestro habitat. Los tipos de interés y la creación de riqueza nos preocupan a todos; pero, para cualquier humano, ya sea poderoso o plebeyo, lo prioritario, me pregunto, debería ser su salud y procurar la supervivencia de su especie y, lo secundario, comparar la rentabilidad económica de la inversión en cada mejora de la calidad del aire, con la de la bolsa, bonos o inmuebles. ¿o no?
En el próximo artículo continuaré la reflexión con Gaia y el cambio climático
La foto de cabecera recortada del original está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 2.0 Genérica. Ver original de Victoria Reay en flickr
Las fotos del artículo están bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 2.0 Genérica.
Deja una respuesta